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Manuel Fernández-Cuesta

Hierro 3

Por la mañana hice canelones con las sobras del pavo congelado y aquí los tengo, en la tartera. Alguien -sin remitente, un pequeño paquete en recepción- me ha regalado un Ipod. La fascinación por la tecnología doméstica es una forma sofisticada de religión, una “religación” inmediata -¿ubi sunt, Zubiri?- entre el mundo real, el de las relaciones humanas y materiales (¿existe todavía?), y el universo de los intercambios voraces de emociones. Grabaré las Variaciones Goldberg (Bach), Glenn Gould, 1981, y la exquisita interpretación que hizo Jacques Loussier. Leo fragmentos de Stendhal sobre Napoleón y, Freud sabrá el motivo, aparece Hierro 3, la película de Kim Ki-Duk. “El amor es una alegría acompañada por la idea de una causa exterior”, escribe Spinoza, lejano siglo XVII, en la Ética. Unos libros remiten a otros y estos a películas, música, viajes, amores, cuadros, recuerdos o sensaciones: el turismo cultural de las referencias. Hierro 3 (2004) es una reflexión triangular –nouvelle vague asiática- sobre la identidad del uno, el ser es y el no-ser no es, y el destino; sobre la alienación, el placer y el sometimiento: una teoría del amor. He vuelto a ver esta delicada película coreana acosado por la fiebre. Salgo de trabajar por la mañana, voy a mi casa, bajo las persianas, preparo café y pongo la película. Al cabo de veinte minutos de lírica inmersión ya no recuerdo (es un decir) quién soy. “La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella”. Spinoza, Ética, V, XLII. Los puritanos, sospecho, prefieren los canelones fríos.