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Juan Carlos Rivas Fraile / Mundo Obrero

Es complicado que una película que en el título nos advierte de que trata un argumento discreto presente relieves suficientemente complejos como para atrapar nuestra atención.

En prensa una buena noticia no vende. En cine, teatro o literatura las historias de buenas personas –de buen corazón, suele decirse- tampoco venden, si no se ven arrastradas a graves conflictos. Es muy difícil hacer interesante una historia con moraleja, buenas intenciones (de los personajes, no de los autores) y final previsible. Es muy complicado que una película que ya en el título nos advierte de que trata un argumento discreto (en inglés y en español, no en el original chino que alude al nombre de la protagonista) presente relieves suficientemente complejos como para atrapar nuestra atención, y aún más conmovernos. Pues bien, todo eso pasa con Una vida sencilla.


El argumento, decía, es tan sencillo como el título anticipa: una sirvienta de setenta años sufre una apoplejía y su empleador, del que ha cuidado desde pequeño, un productor de cine cuya actividad profesional apenas interesa a los autores, toma la decisión de ocuparse, en la medida de sus posibilidades, de que no le falte de nada en la residencia en la que le hace ingresar.

A partir de ahí, ya está contado todo lo que en esencia sucede en la película. La vida rutinaria en ese aparcamiento de ancianos a la espera de su muerte no debería dar mucho de sí argumentalmente y sin embargo sí que da para desarrollar una idea, un concepto del que tan necesitados estamos en esta sociedad de incomunicación en la que vivimos: la generosidad.

La sirvienta Ah Tao se ha volcado toda su vida en su profesión con la devoción de una madre. Ann Hui la muestra cuidando al detalle la dieta de su “ahijado” y eligiendo celosamente para él los mejores productos del mercado; él le responde con parecida moneda cuando la ocasión lo requiere. Sin embargo, un par de secuencias, unas pinceladas previas al momento del incidente que incapacita a la mujer, nos muestran que la gratitud o el afecto entre ambos no se manifestaba de manera muy evidente. Aunque probablemente esto se deba a las formas de expresión orientales, tan parcas en la gestualidad emotiva, tan contenidas de efusividad. Seguramente esas conductas expliquen por qué también durante el resto de la película los dos seres se muestran el cariño mutuo de una manera tan sobria, cuando el paso del tiempo obliga a una mayor dependencia y a un mayor compromiso práctico del hombre con la mujer. Es una corriente de hondo afecto, sincero y profundo, que no necesita exhibirse, o que encuentra barreras culturales para mostrarse a plena luz. Algo que hemos visto tantas veces en el cine asiático, pródigo en grandes películas de encuentros y desencuentros familiares arraigadas en contenedores pequeños.

Ann Hui deja también perfectamente claro que su interés no se centra tanto en el agradecimiento, es decir en la generosidad correspondida, sino en el altruismo, en la secuencia en que la anciana le pide a su “yerno” (así es como convienen en decir de cara a los demás residentes) que le preste de nuevo dinero al anciano caradura e hiperactivo, “para que haga lo que quiera mientras pueda”, refiriéndose a que su compañero de residencia pueda pagarse una prostituta. Tolerancia, comprensión, sabiduría: una lección más que el productor de cine recibe de su sirvienta y que el espectador apunta en su carnet de notas íntimo.

Contribuyen enormemente al propósito del filme las excelentes interpretaciones de sus dos actores protagonistas, especialmente la de Deanie Ip, la sirvienta, impresionante delineando la hondura de su sencillo personaje, por el que fue premiada, entre otros festivales, en la Mostra de Venecia. También es justo resaltar la discreción y mesura de Andy Lau, su partenaire; ni un solo gesto por encima de los demás, tierno y cariñoso como su criada, pero siempre a la distancia indicada, como si sobre ambos pesara una cruel imposición de desapego que rechazan en su corazón. Pero aunque éstos no fueran particularmente relevantes habría que reconocer la admirable capacidad de Ann Hui para convertir en oro –no sólo desde el punto de vista moral, sino también cinematográfico- una historia tan humilde.

cartel

Título en España: Una vida sencilla
Título original: Tao jie (A Simple Life)
País: Hong Kong, 2011
Directora: Ann Hui
Guión: Susan Chan, Roger Lee
Música: Law Wing-fai
Fotografía: Nelson Yu Lik-Wai
Reparto: Andy Lau, Deanie Ip, Wang Fuli, Qin Hailu, Eman Lam, Anthony Wong Chau-Sang, Hui Pik-Kei, Elena Kong, Chapman To, Sammo Hung Kam-Bo, Tsui Hark, Ning Hao, Raymond Chow, John Sham, Angelababy, Lau Wai Keung, Lawrence Ah Mon
Productora: Bona International Film Group / Focus Films / Sil-Metropole Organisation
Estreno en España: 13 diciembre 2013

«Tao jie (A Simple Life)» de Ann Hui, 2011 en FilmAffinity